Comentario
El relato de los autores antiguos es ingenuo por más que tenga un trasfondo real: nos presentan a unos pretorianos, cómplices del asesinato de Calígula, quienes mientras recorrían el palacio se encontraron a Claudio atemorizado, oculto tras unas cortinas; lo reconocieron y lo condujeron al pretorio donde lo proclamaron emperador para, acto seguido, con la presión de las armas conseguir del Senado el reconocimiento de tal decisión y la concesión de los títulos imperiales a Claudio.
Sin duda, el asesinato de Calígula fue el resultado de la decisión de un amplio grupo de conjurados, entre los que estaban implicados los pretorianos; en el programa de los conjurados se habría incluido a Claudio como sustituto. Sin ser imposible, resulta muy aventurado sostener, como se ha hecho, que el propio Claudio formara parte de la conjura.
En todo caso, la forma de sucesión revela que nadie intentó volver a la República ni dudó sobre la continuidad del gobierno en manos de una persona vinculada familiarmente a Germánico y a los emperadores anteriores. La práctica de gobierno instaurada por Augusto había resaltado la solidez del sistema burocrático, cuyo dinamismo interno tenía tanta fuerza que no exigía que a su frente estuviera una persona dotada de gran experiencia de gobierno ni de dotes carismáticas. Se había comprobado que ni las extravagancias de Calígula habían introducido cambios sustanciales en el sistema. Pero, a su vez, el grupo militar de elite de los pretorianos reclutados en Italia había hecho una segunda demostración de fuerza: pretorianos y Senado se habían convertido por propia iniciativa en los electores de los nuevos emperadores y en los portadores del consenso del Imperio sobre la obra política de cada emperador. La elección de Claudio vino acompañada de la promesa de una paga extraordinaria, donativum, de 15.000 sestercios para cada soldado pretoriano y de una cantidad equivalente para los miembros de las cohortes urbanas.
A pesar de esos condicionantes, el nuevo emperador elegido gozaba aún de un amplio margen de decisión. Así, Claudio impidió que fuera condenado el recuerdo de Calígula y aplicó penas capitales a los responsables directos de la muerte de éste.
Las primeras decisiones de Claudio iban dirigidas a restableces las buenas relaciones con el Senado: amnistió a todos los perseguidos políticos, permitió volver a los desterrados, contó con él para la toma de decisiones políticas y renovó las reglas de Augusto para conseguir una estrecha colaboración con la Cámara.
Ahora bien, la buena disposición ante los senadores iba acompañada del lastre de sus dependencias familiares y también de su particular política administrativa. Cuando Claudio llegó al gobierno, ya estaba casado en terceras nupcias con Mesalina, mujer que mantenía otros amores exhibidos públicamente; su cuarta mujer, Agripina, sobrina suya, manifestó una enorme capacidad de intriga. Los juegos personales y políticos de sus mujeres, aliadas con libertos de su confianza, hicieron de la corte de Claudio un entramado de intrigas políticas antes desconocido, como consecuencia de las cuales sufrieron severas condenas algunos senadores que se interpusieron a las mismas.
Pero las innovaciones de Claudio en la gestión administrativa condujeron a un distanciamiento mayor de los senadores. Augusto ya se había servicio de sus libertos para cargos menores de la administración. Bajo Claudio, los libertos ocuparon todos los cargos de mayor responsabilidad en las oficinas centrales de Roma. Por otra parte, la inclusión de provinciales en el Senado no fue del agrado de muchos senadores. Según nos consta por la tabula Lugdunensis, el propio emperador tuvo que defender la necesidad de incorporar a personajes distinguidos de las Galias en el Senado romano. Con tales medidas, Italia perdía el privilegio de ser la cantera de los responsables del Imperio; y en tal sentido se expresa también Tácito (Ann., XI,24) al reflejar el discurso de Claudio en defensa de los notables de la Galia Comata.